Botticelli.
Nacido en el año de 1445 en la ciudad de Florencia, y difunto en la misma en 1510, su nombre puede que derivase del apodo otorgado a su hermano mayor Giovanni o a algún compañero paterno con el cual habría trabajado (no se han encontrado indicios que apoyen la veracidad de este dato aportado por Vasari), atendiendo en realidad este artista al título de Alessandro di Mariano Filipepi.
Al igual que sucede con un buen número de contemporáneos de Botticelli, establecer sus inicios en el mundo de la pintura presenta algunos problemas, dado que existen quienes consideran que se habría formado en el taller de Fra Filippo Lippi, frente a aquéllos que adjudican la responsabilidad de su aprendizaje a Verrocchio o a Pollaiuolo. Lo que sí se sabe con certeza es que en la década de los setenta inicia su andadura profesional: es a comienzos de la misma (1472) cuando aparece documentado inscrito en el gremio florentino de pintores y empieza a recibir sus primeros encargos (caso de la alegórica Fortaleza realizada para la sala de la Mercatanzia de Florencia o del San Sebastián para la iglesia de Santa María Maggiore de Florencia).
La producción de Boticelli va a estar muy vinculada a lo largo de toda su vida a diversas instituciones oficiales e importantes familias, llegando a ser protegido de los Médici (lo cual da idea del reconocimiento de prestigio que ya habría alcanzado en la época), para quienes pintará, entre muchas otras obras, los retratos de Cosme el Viejo y Giuliano de Médici (a quienes volverá a representar además, junto con varios miembros de la familia, en la Adoración de los Magos realizada hacia 1476 por encargo de Giovanni Lami), el Retablo de las convertidas o la Virgen de la Eucaristía. También habría sido un Médici el poseedor de sus magníficas e internacionalmente conocidas Alegoría de la Primavera (1478) y Nacimiento de Venus (1485), así como de las obras hermanadas Regreso de Judith a Betulia y Descubrimiento del cadáver de Holofernes (hacia 1475).
A principios de la década de 1480 incluso será reclamado por el Papa Sixto IV para participar en la decoración de la Capilla Sixtina, dejando constancia de su paso por el Vaticano en los frescos de las Pruebas de Moisés (ejemplo magnífico del dominio que posee de la perspectiva y su conocimiento del uso de la luz, la aplicación del color y la obtención de volumetría), la Tentación de Cristo y el Castigo de los rebeldes contra Aarón.
Una vez de vuelta de Roma es cuando va a realizar algunos de sus más bellos cuadros, entre los cuales es posible encontrar aquellas pinturas de temática mitológica que tanta fama le dieron y con las que, por lo general, se suele asociar su imagen, caso de Palas y el Centauro (1482) y Venus y Marte. Sin embargo, no se pueden dejar en el tintero otras composiciones de carácter religioso realizadas por Boticelli en este periodo, como la maravillosa Madonna del Magnificat (hacia mediados de 1480), la Madonna de la Granada (1485), el retablo (1485) encargado por Giovanni de Bardi para la capilla que poseía su familia en la iglesia del Santo Espíritu florentina o la Anunciación de Guardi (1489). A través del análisis de las mismas se puede apreciar la evolución y culminación de su estilo preciosista y elegante, que comienza ya a inclinarse hacia la tristeza al final de la década (se puede apreciar en la boccacciana Historia de Nastagio degli Onesti).
Quizá sea la última etapa de su producción, durante la cual tenderá a un ascetismo sombrío desposeído del encanto previo ya visto, la más diferente, salvándose de esta tendencia la obra, basada en el texto de Luciano, la Calumnia de Apeles (1495).
Principales obras de Botticelli
Aún cuando la mayoría de las obras de Botticelli resultan poseedoras de una enorme calidad y un característico estilo muy similar, han sido las composiciones El Nacimiento de Venus y La Primavera las consideradas como sus grandes obras maestras.
En ambas es posible apreciar el estilo refinado, preciosista y, de algún modo, irreal, propio de Botticelli, al servicio del cual entrará su dominio de la tensión lineal (influencia de Pollaiuolo) y su concepción casi espiritual de la materia.
En las composiciones botticellianas la naturalidad de la escena, a pesar de la riqueza decorativa y la complejidad que en ocasiones se muestra, siempre sorprende. De algún modo las figuras parecen existir en sus cuadros porque no podría haber sido de otra manera, resultando siempre ligera la transición entre los diversos personajes (debido en gran parte al empleo móvil que de la línea realiza), existiendo incluso aquellos autores que han teorizado acerca de su producción en términos de comparación musical (en su obra el ritmo y el lirismo se unen para conformar un etéreo conjunto visual resultado de una comprensión del mundo pasada por el tamiz del neoplatonismo y el intelecto).
La Primavera.
El Nacimiento de Venus.
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